A la vieja frase de “la vida no es como
en las películas” habrá que añadirle, decididamente, un corolario, “la vida no
es como en las series de TV”. De acuerdo que hay convenciones que hay que
aceptar, que existe la apelación a aquello de suspender la incredulidad,
etcétera, etcétera, pero es que dentro de la supuesta edad de oro que estarían
viviendo los seriales de la ya no tan pequeña pantalla –el personal empieza a
tener unos “home cinema” de aquí te espero–, a la hora de sorprender, epatar,
encandilar, se empieza a llegar a extremos que piden a gritos ser cuestionados.
Y hablo de series que despiertan mi
interés, me engancho y estoy deseando ver nuevos capítulos. Pero me temo que
cualquier parecido entre la vida real y lo que veo es pura coincidencia.
Pongamos House of Cards, de la que
ayer mismo ofrecía un comentario. El cinismo del congresista Francis es tan
exagerado que me obliga a preguntarme: ¿qué mueve a este narcisista en la vida,
aparte del placer de mirarme a la cara como espectador y presumir de su última
“puñalada” y de la clarividencia con que ve las cosas? Es que este hombre con
lo único que parece disfrutar es tomando filetes ricos en colesterol... La
serie está muy bien contada, pinta distintas luchas por el poder, la ambición
de una periodista, y tal y cual, y te preguntas cómo discurrirá. Uno no acaba
de caerse del guindo, como para negar la corrupción en tantos ámbitos de la
sociedad, pero sea como fuere, lo que veo no me parece creíble.
¿Qué contar de Gran Hotel? Vaya por delante que es mi serie española favorita en
la actualidad, la sigo semanalmente, pero el modo en que se acumulan
acontecimientos y lo deprisa que discurre todo me dejan perplejo. Me sorprende
la detención del asesino del cuchillo de oro y su ejecución a garrote vil, sin
que medie ni una apariencia de juicio entre medias; o lo rápido que se reconoce
la pertenencia a la familia Alarcón de Andrés, con el resultado de una habitacioncita
de lujo y buena ropa, ahí queda todo. Una mina se pone en explotación en un
santiamén, o doña Teresa es capaz de mover tentáculos para forzar a un montón
de hoteles extranjeros a doblegarse ante ella de un modo que envidiaría el
mismísimo don Vito Corleone. Total, que estoy en las mismas, la serie me parece
entretenida, pero la verosimilitud brilla con frecuencia por su ausencia, todo
se precipita, tal vez por mantener la audiencia a toda costa con novedades.
No soy un experto en Girls, admito haber visto sólo un episodio. Pero la impresión que
saqué concuerda con lo que leo que escribe sobre ella Alberto Nahum en su
“Diamantes en serie”. Buen oficio narrativo, capacidad de sorprender, pero “una
sentimentalidad histérica y unos personajes narcisistas hasta el aburrimiento”.
“El regreso” es el episodio 6 de la 1ª temporada, y allí seguí a Hannah (Lena
Dunham, joven creadora del asunto, apadrinada por Judd Apatow) de regreso a su
pueblo. Me dejó flipando la crudeza desamorada con que se muestra su lío con un
jovenzuelo, y aún más el modo en que celebraban su aniversario sus padres, el
accidente cuando hacían el amor, la falta de pudor... Okey, puede ser reflejo
del vacío que trae pareja la posmodernidad, pero tampoco me pareció real, más
bien una pesadilla de aquello a lo que no se debería llegar.