Hablaba en una entrada reciente de los lloricas, que te
manipulan con sus lágrimas y sus problemas, y se comportan como vampiros de
energía. Recientemente los hemos visto representados en la pantalla en uno de
los personajes más sorprendentes del cine fantástico de la temporada, la muñeca
de porcelana de Oz, un mundo de fantasía.
Siempre he abominado de los personajes creados digitalmente,
porque no acababa de aceptarlos, por muy bien integrados que estuvieran. Pero
el primate de El origen del Planeta de los Simios
parecía estar ahí de verdad, con los actores de carne y hueso. De la misma forma, también
llama la atención esta pequeña friqui, que acumula todo tipo de desgracias –su
pueblo ha sido destruido y le han roto las piernas– y lloriquea insorportablemente
cuando el protagonista quiere deshacerse de ella para hacerle chantaje sentimental.
Ciertamente, uno acude a los cines a ver Oz, un mundo de fantasía con todas las alarmas
puestas. Cierto que está al frente de esta producción el director de Posesión infernal, pero el especialista
en terror de serie B y responsable de Spider-Man ha acabado no sé sabe cómo al
servicio de Walt Disney (lo que en principio no pega mucho) y estamos ante la
enésima revisión de un cuento clásico de los últimos tiempos, que para colmo de
males supera las dos horas de duración (qué pesados se han vuelto los de
Hollywood últimamente). Se ve que al hombre le han pagado un pastón, como a
Bryan Singer por encargarse de Jack el
Caza Gigantes.
No sé si existen a estas alturas más apasionados de Sam Raimi
por ahí sueltos, pero me gustaría saber si por casualidad han llegado a la
misma conclusión que yo, que por extraño que resulte, el film es muy del
cineasta, encaja bien en su filmografía. No, por supuesto que no tiene excesos
sangrientos, ni humor negro a mansalva. Pero esta precuela de El mago de Oz documenta el origen del
mayor timador de la historia de los relatos infantiles.
Recuerdo que cuando éramos niños y vimos el film clásico nos
sentíamos un poco estafados. Dorothy, el hombre de hojalata, el espantapájaros
y el león se pasaban toda la película cantando sobre las virtudes del
hechicero:
–We're off to see the wizard,
the wonderful Wizard of Oz...
We hear he is a whiz of a wiz...
Y después de tanto rollo, cuando por fin lo encuentran resulta
ser un embaucador. Pues bien, Raimi le retata una especie de fanfarrón,
cobardica, convertido en héroe a su pesar, que recuerda mucho a Ash, el
protagonista de Posesión infernal,
que también viajaba entre dimensiones en El
ejército de la oscuridad. Aunque el actor que lo interpretaba, Bruce
Campbell, se limita a un pequeño cameo, Raimi ha puesto como protagonista a su
adorado James Franco (ya le convirtió en Harry Osborn en la trilogía arácnida).
El actor imita claramente –porque lo habrán pedido los de Disney– a Johnny Depp
en Piratas del Caribe, pero lo hace
con cierta gracia.
Y después de este rollo que os acabo de soltar, os confieso
lo que más me ha gustado de Oz, un mundo
de fantasía. ¡Que reúne en la misma película a mis queridísimas Rachel Weisz, Michelle Williams y Mila Kunis! Ahí es nada. Tres razones de peso para
ir al cine.
Estoy de acuerdo en eso que dices de que la película encaja con el estilo de Raimi. En ciertos momentos me ha recordado a su estilo de dirección para Evil Dead, con humor slapstick, planos que nos sitúan desde el punto de vista de un objeto que se acerca peligrosamente a la cara del protagonista y sobre todo la escena en la que están de noche en el bosque y son acechados por una presencia me han recordado a Posesión infernal.
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