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lunes, 11 de marzo de 2013

Crítica de la película "Los amantes pasajeros"

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Los amantes pasajeros
Los amantes pasajeros
EE.UU. | 90 min. | Comedia

Dirección: Pedro Almodóvar
Intérpretes: Javier Cámara, Cecilia Roth, Carlos Areces, Lola Dueñas, Antonio de la Torre, Rául Arévalo, Blanca Suárez, Hugo Silva, Guillermo Toledo, José María Yazpik

Público apropiado: Adultos
Contenidos: Acción 0, Amor 0, Lágrimas 0, Risas 1, Sexo 2, Violencia 0



El vuelo de la compañía aérea Península despega desde Madrid en dirección a México. Pero por problemas con el tren de aterrizaje deberán abortar el viaje. Durante varias horas se mantendrán volando por el espacio aéreo español a la espera de tener luz verde para un aterrizaje de emergencia. Con el fin de evitar problemas, la mayoría de los pasajeros han sido drogados convenientemente. El piloto es un bisexual que está enrollado con uno de los tres azafatos homosexuales que completan la tripulación, junto con el copiloto, éste también con líos de género. Entre los pasajeros están una dominatrix de alto standing, un pobre tipo que huye de una chica enferma, una vidente medio tarada que quiere perder la virginidad, un misterioso hombre de negro, un empresario corrupto y una pareja de recién casados. Todos tendrán sus minutos de historia.

Dentro del surrealista y disparatado universo de Almodóvar Los amantes pasajeros es a la comedia lo que La mala educación es al drama. En otras palabras, estamos ante una de las peores películas del director manchego, al menos de los últimos tiempos. Fracasa estrepitosamente en su intento por encontrar la tecla para meterse al público en el bolsillo, cosa que es la verdadera especialidad de Almodóvar y la clave de su éxito. Sin ese don para llegar a la gente, sus argumentos estrafalarios, erótico-festivos y rebuscadamente inverosímiles se vienen abajo. Y aquí ocurre justamente eso. La trama de toda la película es un monumento a la ligereza, la zafiedad, la exageración del mundo de locas homosexuales y conversaciones vanas de portera, tan típico de su filmografía; pero al contrario que otras veces en Los amantes pasajeros nada adquiere consistencia, todo es anecdótico, trivial, tonto: al final el espectador tiene la sensación de haber estado viendo una gigantesca nada, un conjunto de sketches televisivos de muy baja ralea, montañas de chistes verdes, ejercicio de locazas que en otros tiempos darían que hablar y hoy en día no producen risa, sino más bien aburrimiento. Es como si Almodóvar hubiera querido regresar a los 80, con una bomba de frescura escandalosa, y el trasnochado experimento le hubiera explotado en la cara.

Hay lógicamente algunos momentos, contados, en que es imposible no sonreírse (o reírse de la pura vergüenza), tales son las esperpénticas situaciones “amaneradas”, así como ciertos coscorrones a las corrupciones del poder y de los negocios que funcionan momentáneamente. También destaca, claro, el numerito musical, por lo insólito y artificioso de la ocurrencia, y ese aire kitch del conjunto, con la luminosa fotografía de colores claros, limpios, de pintura warholiana. Pero, al fin, todo es tan demente y ridículo que ni un impresionante elenco de actores y actrices de enorme renombre –hay cameos hasta de Antonio Banderas, Penélope Cruz y Paz Vega– es capaz siquiera de evitar la catástrofe de la vacua y procaz farsa que inunda cada uno de los minutos del film. Y, si hay que salvar algo, el trabajo de Blanca Suárez en las pocas tomas de exteriores sería una buena opción.

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